martes, 14 de octubre de 2008

Una Criatura Se Desespereza

Cabe en mis manos. Está hecha un ovillo, pobre, tán chica y con tanto frío. La cuidaré. Seré su mamá y su papá. Le prepararé bibis de leche caliente y le mojaré miguitas de pan blanco en él.

"Vaya! Eso es lo que yo llamo una criaturita linda y graciosa" -la gente curiosa exclamará.
"Verdad? La cogí yo de la calle, tenía frío y estaba toda mojada".

Cuando enferme, le prepararé panyos fríos o calientes, y le secaré su frentecita lisa con la mano, pretendiendo ignorar que sé que puso el termómetro cerca de la lámpara, puesto que la necesidad de que te den carinyo y cuidados no es menos seria que una calentura común.

Le convenceré de que ir al cole como los demás ninyos es guay, aunque en realidad piense que en la escuela aprenderá la fealdad espiritual de las exigencias del grupo, las delicias ocultas de las primeras crueldades y a encajar en una jerarquía rígida, insolente y mal lograda -la fealdad yacente tras la idea de poner a un adulto como sacerdote y jefe supremo de un grupo de ninyos.

Le dejaré saber que no me gustan las princesas, ni las motos, ni los soldados, pero sólo para complacerle y que me quiera, le compraré el traje de hada o la moto eléctrica que me pida.

Así será mi criatura, complaciente o grunyona, alta, baja, graciosa o peluda, me da igual, sólo quiero que exista, que esté aquí, y que cuando yo le diga "ey, criatura", gire su cabecita de amor, me sonría, y me mire.

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