lunes, 3 de noviembre de 2008

Un barquito de cáscara de nuez

...Un barquito de cáscara de nuez, adornado con velas de papel, se hizo hoy a la mar para lejos llevar gotitas doradas de miel. Un mosquito sin miedo va en él, muy seguro de ser buen timonel, y subiendo y bajando las olas, el barquito ya se fue. Navegar sin temor en el mar es lo mejor, no hay razón de ponerse a temblar. Y si viene negra tempestad, reír y remar y cantar...

Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas cada vez que oía aquella canción. Lágrimas serenas, profundas. Lágrimas que paseaban sin aspavientos, con paso firme, tranquilas pero con decisión. Ella no podía evitarlo. Quizá era uno de aquellos recuerdos con núcleo emocional, como tantas veces había oído decir a la psicóloga. Con tan sólo las primeras notas, llegaba a su mente la imagen de su abuela, enseñándole aquella canción, a ella y a su muñeca del vestido azul. Y después aquél barquito. Vació con cuidado la cáscara, la rellenó con un trozo de plastilina (azul, por supuesto) y clavó la vela, elegantemente construida con un palillo de dientes y un triángulo de papel. Esperó pacientemente hasta que llegó un día de lluvia, y bajó rápidamente las escaleras para ver qué tal navegaba el barco en el riachuelo que se formaba en la calle. Tuvo que reconocer que no parecía muy seguro. Por suerte, nadie iba a bordo. Se dijo que el próximo necesitaría una vela más grande, y más plastilina.

Nunca sabía con certeza cuándo se detendrían las lágrimas. Ya no podía abrazarse a la muñeca del vestido azul y decirle que no llorara, porque se ponía muy fea. Sólo le quedaba aquella inquietante canción: ... y si viene negra tempestad, reír y remar y cantar...

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